Un cambio de perspectiva: la cama-balsa

Hay días en los que uno prefiere ver la vida en horizontal: Esto es, desde la cama.
Allí uno maquina, re-sueña lo soñado, se traspone, vuelve en sí y cabecea.
Para Stefan Bollman, en su libro Las mujeres que leen son peligrosas, la cama «se ha ido convirtiendo cada vez con más fuerza en el teatro de la intimidad humana». Sobre este mueble y en un repaso a los últimos siglos como lectores Bollman reflexiona: «En tanto que lugar al que se llega noche tras noche para buscar el reposo, pero al que se llega también para amar y morir, donde el ser humano es engendrado y dado a luz, donde busca un refugio cuando la enfermedad lo atrapa y donde da generalmente su último suspiro, la cama representa en la vida humana un lugar para el que es difícil imaginar un equivalente de semejante dimensión existencial».
Así que, con todo esto borbotando en la cabeza, no sé qué tienen de especiales estos días. Pero viendo volar las horas desde esta posición, lo de salir a comprar el periódico suele dar pereza. Y acceder a la versión online… ptse… No tiene el mismo encanto. Estoy convencida de que en este estado de duermevela la experiencia se convertiría en un hipervínculo sin retorno.
El caso es que uno se pone como más añejo, más antiguo y remolón. Y saca de su estantería aquellos viejos ejemplares de Revista Literaria “Cuentos y Novelas” que se compró en una tienda de antigüedades. Aquellos que sólo adquirió para admirar la celulosa amarilleada y el valor de una fecha de hace casi setenta años impresa en la portada. Extraigo un ejemplar y todavía me conmueve pensar en ese 6 de noviembre de 1932. Y el olor a historia recubierta de polvo y ácaros sólo me hace fantasear con el Madrid de aquellos tiempos. Con el Madrid que cumplía año y medio de la proclamación de la Segunda República. Con el Madrid que desde septiembre había visto constituirse el llamado –con mucha retranca- trust de diarios afines a Azaña, integrando bajo una misma empresa al diario El Sol, La Voz y Luz. Al Madrid cuyos lectores despreciaban con cada vez más notoriedad la prensa política y elegían sin remilgos los grandes periódicos de empresa…
Vuelvo a fantasear con aquel país en el que se comerciaba por entregas semanales con la literatura de Dostoievski, a 30 céntimos el ejemplar…

Porque el ejemplar que ahora sostengo en mis manos tiene las páginas tostadas por la edad. Y una grapa al estilo de ABC ha mantenido con tesón la unidad de las hojas que ya comienzan a resquebrajarse. Para delirio de esta escribiente, Revista Literaria se editaba en la madrileña calle Larra, número 6. Caminar por aquella senda debía de ser reconstituyente para los amantes del periodismo. Unos números más abajo, en el 14, se editaba el prestigioso diario El Sol fundado por Nicolás María de Urgoiti. El mismo diario en el que en noviembre de 1930 Ortega y Gasset publicó su famoso artículo “El error Berenguer” símbolo y reflejo del descontento monárquico que se respiraba en el país. Letras que finalizaban con el apasionante “Delenda est Monarchia” y que anticipaban la llegada inminente de la Segunda República… Pero en esa misma calle, en ese mismo número 14, otros tiempos –ya por el año 1935- convertirían sus instalaciones en la nueva sede impresora del diario Arriba, fundado por José Antonio Primo de Rivera como escaparate de la Falange. Más aún, a partir de 1939, sería el diario oficial del Movimiento franquista. Es sorprendente cuánta historia, en tan pocos años, puede almacenar un inocente número de una calle de Madrid…

Antes, antes de todo eso, «La mujer de Otro» (Aventura Extraordinaria) de Fedor Dostoievski protagonizaba la portada del número 201, Año IV, de aquel domingo 6 de noviembre de 1932 en la Revista Literaria. Reconozco que el cuento me entretuvo, que las calamidades y el patetismo de un marido que tiene inverosímiles sospechas sobre que su esposa es adúltera llenan de gracia las columnas del tabloide.

Sin embargo, lo más llamativo de todo el ejemplar lo encontraría en la segunda página. Además del precio de suscripción a la revista y de un repaso a la biografía y a los ejemplares en los que ya se había publicado algo sobre el autor; también adelantan el contenido del próximo número cuyo protagonista será Maquiavelo, al que califican como «espíritu sutil que buceó en diversas actividades humanas, dejando algunas obras literarias, entre ellas cuentos tan llenos de gracia y de humorismo como «El archidiablo Belfegor», que presentarían al público la semana próxima. Pero, concretando, sería en la sección de «Noticias Literarias» donde hallaría las líneas más emocionantes y subversivas de todo el diario. Bajo el ladillo «Por la cultura nacional» los redactores se dedican a hacer un repaso sutil de las complicaciones que profesionales y docentes tienen que afrontar a la hora de acudir a una biblioteca nacional. Con sorna, ponen el acento en la necesidad que el Gobierno tiene de conocer todos estos hechos para mejorarlos. Ya al final, abandonan las zalamerías y se ponen reivindicativos: «Suiza, con sus 41.000 Kilómetros cuadrados y cuatro millones de habitantes, tiene para bibliotecas más consignación que España. No sería exagerado pedir que el Gobierno destine en el presupuesto una cantidad suficiente para este servicio».
Quizás sea una cuestión de perspectiva: leer así, recostado, siempre altera la visión. Pero a mí se me antoja que estaba muy bien eso de editar una revista literaria y, al mismo tiempo, denunciar las carencias del país en esa materia. Darle la vuelta a la pluma y ponerlo todo patas arriba conviene a la salud de los lectores y redactores. El problema es que hace demasiados años que todos observamos el mundo en vertical… y nunca nadie se arriesga a cambiar la posición. Creo que, de momento, esta Trilby se quedará así, en horizontal, en su catre. Y me sentiré en mi pequeña cama-balsa (así denominaba Colette a su lecho) una pequeña díscola que hoy se niega a ver el mundo como un bípedo cualquiera… Y soñaré que aquí nadie pregunta ya si la botella está medio llena o medio vacía… Porque alguien tendrá la sensatez de indicar que lo más importante es saber qué diantres contiene la botella.
[Arriba, lámina de André Dunoyer de Segonzac, Sidonie-Gabrielle Colette]

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