La relación entre padre e hijo conviviendo con la figura de una madre ausente se suma a las dificultades que la propia sociedad impone. Una trama que ya ha sido retratada con mayor emotividad en títulos como En busca de la felicidad (2006), si bien en esta película es el cambio en el personaje de Hoffman el que atrapa la sensibilidad del espectador. Observar cómo un padre ególatra y totalmente virginal en las tareas domésticas asume su responsabilidad como progenitor y los roles que esto conlleva es un proceso dificultoso que Dennis Dugan se atrevió a reflejar en clave de comedia en Un papá genial (1999). Ese punto calamitoso del personaje principal unido a su admirable preseverancia convierten a Ted Kramer en un ser entrañable y entregado que poco tiene que ver con el hombre de las primeras escenas.
A pesar de las desavenencias entre Streep y Hoffman, como en la vida misma, al final el mayor perjudicado de la cinta fue el pequeño Justin Henry (convertido ahora en un mozalbete de 40 años). Aunque su interpretación como el hijo de los Kramer le había colocado a la cabeza en la lista de favoritos (a sus 8 años se convirtió en el actor más joven en recibir una nominación a los Oscar) el batacazo fue absoluto y no consiguió ni un solo galardón. Y eso que la película se hizo con cinco estatuillas ese año (entre ellas, mejor película, mejor director para Robert Benton y mejor guión adaptado). No es de extrañar que, recientemente, Benton tuviese un pequeño personaje en la aplaudida serie Perdidos.